Apenas doy inicio a un corto trajín por los alrededores de ese llano atestado de gentes bajo el estrado, y ya se hace echar de menos aquella ausencia de recovecos y subterráneos sin explorar de materias de precisión cartesiana como la geografía cuando mis oídos se resisten a congeniar imágenes con las que me suscitan los recuerdos.
“Solo hacemos historia “, me digo tratando de justificar tanta delgadez rememorativa acerca de hechos apenas recientes, y tanta complacencia generada en el auditorio que sin duda, no hace más que corroborar que somos urdimbres todavía sin tejer prematuramente convertidos en orlas de ese velamen de maquillaje y olvido que los tejedores tan pomposamente llaman ‘ hechos fidedignos’ y que a diferencia de la geografía –hablando de la capacidad humana para plantear sus teoremas y sus resultados cuando la incompatibilidad de la ciencia exacta sugiere el concurso de un grado de presunción y más aun de perspectiva y de contraste, bienintencionado en el mejor de los casos–, y de su capacidad de comprobación y de reconsideración que nos plantean sus archivos de datos numéricos: la escrupulosidad nunca alcanzará a ser ese factor concluyente –aun cuando prepondere por sobre otros menos meticulosos –, en el labrado de la historia cuando nos asista la necesidad de que las versiones sucedidas sean fiel reflejo de los hechos plasmados sobre el papel.
Una muy humana inexactitud de la historia La historia, escrita sin el auxilio de alguna ecuación o unidad de medida cuyos factores o escalas apenas hayan de cumplir su papel y ser agregados o restados y, de darse el caso, inclinarse por la rectificación – en caso la imprecisión pretenda obnubilar el raciocinio, o la ambigüedad o simple suspicacia de la información pretenda hacer lo propio con la verosimilitud y la certidumbre–, tiene, a diferencia de esas otras materias de precisión, una variable moderadora muy conservadora y muy humana –profundamente in-democrática cuando no está sujeta a consideraciones que contrasten con algún factor de prejuicio o encubrimiento–, que lo hace susceptible de moldear el resultado a imagen y semejanza de esa tendencia cautelosa, cuando no conspirativa y distorsionadora.
No hay que escarbar en demasía para –en un intento lícito por hallar aguas claras que ausentes de animadversiones o sospechas infundadas den luz a nuestra sed de verdad poniendo de lado algún falso chauvinismo–, darnos de bruces con una realidad viscosa y turbia de alguna reserva del tiempo cruda de irrealidad, que si bien –aunque hollinado- nos pintara de verde los ojos, más lejano nos pusiera de aquella cada vez tan entrañada necesidad de transparencia que requieren nuestras reminiscencias y nuestras esperanzas para seguir creyendo y avanzar, si acaso alguna vez lo intentamos de verdad.
Tanto se ha hablado de gestas y de heroísmos en el curso de la historia universal que han labrado de imágenes nuestro psiquis y quisiéramos que todo lo que sucede en nuestro devenir, sea también de tal magnitud y asiduidad e incluso supere en número las contadas epopeyas humanas que encandilaron nuestra niñez, aunque ya no tanto en nuestra ya más argumentada juventud, y ojalá pudiéramos referir esa progresión a nuestra adultez, nos haría más cuidadosos y justos a la hora de plantearnos relieves para la historia que pongan énfasis en su verosimilitud y no en el número de actos heroicos con los cuales barnizar sus páginas. Salvo excepciones, nuestra madurez esta sellada por la concreción y la aquiescencia, y una “irreconsiderable” clausura hacia la entonces temida apertura de mente que plantea que, solo el sinceramiento de nuestra realidad, aquella tan temida confluencia de nuestro pasado y presente con las perspectivas del futuro, es capaz de plantearnos, con un mínimo de certeza, el sitio por donde debiéramos de transitar con visos a arribar a un destino razonable que realmente merezcamos o lo merezcan los hijos.
Pero quienes manejan los hilos de esa historia y quienes las tejen al estilo y diseño que sea supuestamente el más benigno para la adecuada educación de nuestras generaciones; y no hablo solo de los historiadores, ni solo de alguna época en particular. Para comenzar: adultos, que fueron educados bajo esos mismos esquemas y esas mismas tendencias referenciales, siempre obstaculizados por la bruma de un radicalismo ético tan proscrito por las huestes conservadoras, pero a pesar de todo dejando siempre alguna ranura por donde –dado el caso–, alguna reputación artificiosa tenga también la posibilidad de ser puesta a buen recaudo. Y no es que haya una contextura traicionera o pusilánime per se, que como pueblo nos haga dudar de una posibilidad de transformación o reversión de un estado de cosas “tradicionado” con distorsión –y dolo cuando se pretende ocultarlos, sean cuales fueren los fines que las propicien.
Las tres caras del poder Es el poder sin embargo, y las riendas cedidas –según ellos a perpetuidad–, y el ritmo caprichoso que le impelen a su trote el causante de nuestras desgracias cronológicas; aquella voracidad y consecuente necesidad de “congraciación” con un estado de cosas con el que desatan su cacería, subyugando y obnubilando hasta la ceguera a un gran sector de sus usufructuarios y postulantes a serlo. Desde la mera intención por acceder a sus deleites en ese su lado más formal que es la política haciendo que tanto recorrido como perspectiva sean aceptados tal cual, sin una mínima predisposición por mostrar una intencionalidad individual de cambio desde un discurso inicial –repetitivo y gaseoso–, que no tiene otra finalidad que sembrar las propias vías de escape a la decana de las fobias de nuestra clase dirigente: un estado de rectitud que ponga definitivamente el estándar que, con vistas a recuperar un equilibrio acaso nunca tenido, sirva para dejar al poder sin esa capacidad de seducción que pueda llamar la atención de otras tendencias más afines con el concepto de gobierno que aquel de subordinación y unilateralidad tan difundido. Y tal como sugiere el concepto, ser facultadas y no concesionadas las potestades para hacer frente a las necesidades y anomalías que aquejan, precisamente a aquellos, sus facultativos, y –según las cualidades morales del atribuido–, no los ate de manos por un largo quinquenio, en el mejor de los casos, debiendo resignarse a las peripecias psicosomáticas de algún desamparado o desamparada moral.
Pero si es éste el lado formal del poder, que a causa de nuestras pasividades y olvidos prematuros –teniendo todas las facultades para revertirlo–, no hacemos más que fortalecerlo y perdurarlo: es realmente estremecedor percatarnos –cuando logramos hacerlo–, de los otros axiomas que como parte del paquete nos presenta el poder desde su lado menos visible y aparentemente inocuo –peligrosísimo si tenemos en cuenta que el secretismo de su presencia en el contexto formal lo hace distante de todo acto de lícita fiscalización–, y cuyo rostro corporativo bajo cuya fachada se encargaran de labrar en fina filigrana un cariz considerativo y obsequioso, escondía en realidad un lado desmesuradamente interesado y profundamente sectario. Verdadero tumor de un sector personalista de la sociedad civil que por supuesto antes tuvo que renunciar a su naturaleza gregaria y de trabajo equitativo para el logro de sus fines por el de ese arribismo que lo hace protagonista infinito de nuestras adversidades si tenemos en cuenta de todas las iniquidades dejadas regadas a su paso en posta.
Tal es la magnitud de omnipresencia de tales ejes de poder que en un exabrupto de confianza que sus bien montados rostros, bonachones y dadivosos, les hiciera ser aceptados como confidentes y protectores de una sociedad –a la cual antes tuvieron que aprender a manipular a su antojo–, decidieron sentirse en la facultad de hasta elegir el tipo de autoridad que el pueblo necesitaba, obviamente con los suficientes niveles de afinidad a la postura y perennización que sus privilegios necesitaban sin poco importarles las brechas de desequilibrio que –en una sociedad diversa–, su ambición ensanchaba a su paso.
Si bien el término oligarquía en estos tiempos ha quedado en desuso desde que el reinado del dinero fuera impuesto por la globalización por sobre el del derecho en el lenguaje cotidiano, “democratizando” de paso esa horrorosa distinción entre los seres humanos por el valor de sus posesiones, no ha sucedido lo mismo sin embargo con los hábitos de dominancia de ciertos sectores que, si bien también bastante “transformados” si tenemos en cuenta que quedó también en desuso aquella facilidad con la que otrora se podían detener los procesos democráticos apelando a los tristemente famosos golpes militares –por mero apetito de poder de una pululante diversidad de entes codiciosos en sus altas esferas–, no por ello perviven ajenos a los muy comodinos instintos de supervivencia a través del co-gobierno de sus bien evocados predecesores.
Ni patria ni honor, simple y llano privilegio Ejemplos no faltan si queremos recordar la causa de nuestro atraso como sociedad compacta y unifocal, –a pesar de nuestra diversidad–, y como no, de nuestra débil tendencia a oponer resistencia a influencias nefastas que tanto daño moral y físico le hicieran al extremo de no lograr desde hace mucho consolidar en el debate proyectos innovadores de Estado que nos saquen de esa suerte de estado de naufragio latente en el que vivimos, unos aferrados a alguna pequeña tabla a expensas de los tiburones, otros más afortunados con bote y chaleco seguro. Sin ir muy lejos, el desastroso comportamiento de la oligarquía peruana en la Guerra con Chile, –verdadero causante de nuestra derrota–, es la prueba palpable de un obscuro pasado algunos de cuyos pasajes la historia formal ha pretendido soslayar y es nuestro deber recordar si queremos argumentar con conocimiento de causa lo que sucedió entonces y lo que sucederá en adelante desde otra perspectiva, como la de hoy y esa burda y tendenciosa manipulación informativa que sufre la sociedad y es propiciada por el actual triunvirato del poder.
La historia oficial nos cuenta por ejemplo de un entonces presidente en ejercicio, don Mariano Ignacio Prado, que en plena guerra, muy “valerosamente” partió rumbo a Europa para conseguir pertrechos militares que nos eran escasos. Pocos se detienen sin embargo, en analizar las grotescas falsificaciones de cartas aludidas a verdaderos héroes como Grau, Cáceres
¹ y otros, que supuestamente recomendaban ese viaje, solo para justificar una huída vergonzosa si tenemos en cuenta que si algo requería el país en un momento tan delicado y de tanta trascendencia que suponía una invasión territorial, era la presencia y protagonismo de su principal autoridad. Pese al indulgente trato de preclaros historiadores como Basadre, a acusaciones conexas como el robo de los dineros destinados a tales adquisiciones con lo cual el golpista Piérola pretendió dar crédito a su perpetración en el poder, fueron sin embargo muy enfáticos en condenar tamaña insensatez, por decir menos, de dejar al país acéfalo.
La actuación de Piérola en el contexto no fue menos vergonzante sin embargo, cuando, lejos ya de la patria el gobernante vigente, no tuvo reparos el golpista empedernido, en consolidar ese supuesto vacío de poder –quien sabe producido por un repentino ataque de terror de parte de Prado, y otro no menos repentino de arrepentimiento, sino no se explica lo de las cartas apócrifas aparecidas a todas luces con la intención de subsanar un prestigio dañado –, y hacerse del cargo con los desastrosos resultados que hasta hoy nos duelen pero que muchos no somos capaces de señalar a sus verdaderos culpables. Si ahondamos un tanto más la actuación de Piérola no sorprende la actitud que lo llevaría a desconocer los acuerdos logrados con un importante banco europeo
² a cambio de la deuda externa, para la obtención de armamento moderno entre ellos un acorazado que tanta falta le haría a la Armada Peruana luego del “naufragio” del Huascar y de su capitán el Almirante Grau, quien curiosamente mereció de parte de Piérola una “Cruz de segunda”³ por debajo del Capitán de corbeta Elías Aguirre y un teniente segundo a quienes se les concedió la cruz de primera. Un estado sicopático que acompaña a nuestra clase dirigente a renegar indiscriminadamente de todo lo que lo antecede, cuando es entonces que debe aflorar su lado más discriminador.
Un mesianismo inútil y efímero que, como Piérola y su necesidad primaria de despotricar hasta los límites de la traición aquello que podía ser la solución a un estado de insuficiencia no solo material como es el caso del armamento y pertrecho que debió ser devuelta a las casas fabricantes, no suele pasar desapercibido al ojo conexo de la historia, menos ser ajeno a ese sentido de lealtad que si suelen generar las sabias decisiones destinadas a algo más sublime que nuestros apetitos personales: el patriotismo, si aunque a algunos haga sonreír de lado, un patriotismo que no tiene límites geográficos ni está solo demarcado en sus urbes ni solo en las gentes que tienen la suerte de servirse de sus niveles de progreso. Un patriotismo que como la propia historia que lo guarece, deba aprender a distinguir el heno que servirá de alimento del que servirá de lecho y asiento de fermentación del guano.
No faltó la traición también en el propio campo de batalla que ennegreció aún más el velo negro que cubrió ese triste episodio de nuestra historia: como el caso del coronel EP Carlos Belaúnde, jefe del batallón “Cazadores de Piérola” – como se puede ver un ególatra empedernido la del dictador–, quien, sabiéndose disminuido en una de las principales guarniciones de Tacna, estuvo dispuesto a capitular y salvar su pellejo “para evitar un inútil baño de sangre entre su gente”, a pero eso sí, luego de calificar de traidores a medio mundo y prometer dejar hasta la última gota de sangre en defensa, no del país cual era el supuesto, sino de su compadre Pierola y su causa, en una tristemente famosa carta dirigida a su excelencia un día antes de consumar su aberración
³. Pero donde está la cobardía de la oligarquía en este caso, se preguntará el lector: pues en el apoyo que el propio Piérola brindara a este tristemente célebre peruano a través de su partido, cuando años mas tarde volviendo de su destierro moral en Bolivia postulara a una diputación y la ganara pese a las protestas de parlamentarios de Tacna libre que no hicieron mella en la ceguedad de sus electores, aunque siempre nos quepará el consuelo de haber recibido el castigo del pueblo cuando en una infausta visita a un mercado recibiera una bien merecida andanada de coles, cebollas y otras verduras
⁴.
El Opus Dei: Poder segregacionistaPero si ese es el espíritu pusilánime y acomodadizo que ya desde el proceso independentista los ejes de poder de nuestras élites gobernantes nos arrostran lo mas nefasto de nuestra clase política y sus círculos aliados, y hoy pretenden entregar en bandeja lo poco de honorabilidad que queda en nuestra democracia, al continuismo de esas y otras males artes cuyo pico más ordinario y cínico se alcanzara en el régimen dictatorial de Fujimori: no menos codicioso y terrenal es ese otro puntal del poder, si bien menos oculto que el primero en mención, de mayor incidencia negativa en el resultado que pretenden consolidar si tenemos en cuenta que cuentan con un arma poderosa de manipulación, la fé. Siempre al lado de los eternos aliados de los gobiernos sucesivos, pero no de cualquier gobierno, sino al parecer de mayor predilección por quienes muestran una cierta calaña autocrática que conjugue con un misterioso secretismo que caracteriza a su organización –como si de entrada escondieran algo-. Hablo de esa nefasta metamorfosis y paulatina preponderancia alcanzada dentro de las altas jerarquías católicas desde la última mitad del siglo pasado, por parte de una extraña simbiosis entre un "fariseísmo" y un “pilatismo” moderno de mentes y espíritus completamente fuera de camino, que, ganados por la ansia de dominancia que otorga el poder que los mueve por sobre el de la fe y la lealtad -que son más bien apaciguadoras de aquella y otras anomalías del credo-, impusieran una tendencia de contubernios y encubrimientos con lo más escabroso de los regímenes dictatoriales que asolaron Hispanoamérica durante el último siglo.
Ese Opus Dei y sus abiertos y cómplices protagónicos con la corrupción y crímenes del Franquismo en España; con los regímenes igualmente plagados de corrupción, asesinatos y desapariciones como los de Argentina, Chile
⁵, y como no, de nuestro querido Perú. Hablamos de una organización que utiliza la fe para enquistarse en el poder y, como cualquiera de los otros dos ejes citados anteriormente, perennizar los desequilibrios sociales tergiversando todo el sentido transformador y de reencuentro que pregonaba Jesucristo cuando nos enseñaba con humildad que eran su prioridad los pobres y los desamparados. Siempre acordes con ese estilo polémico como el que caracterizó su incursión en las altas esferas del Vaticano cuando el quiebre del Banco Ambrosiano
⁶, su meta en el caso peruano de aliarse no solo con lo más tendencioso de un poder que busca la satisfacción eterna, lo cual profanamente podría ser catalogada hasta de simple supervivencia humana, sino con quienes desde el poder perpetraron el peor de los deterioros morales sistémicos que historia alguna haya registrado jamás desnuda su poco afecto por los principios fundamentales del bien como eje conductor y de dación.
De que hablamos cuando nos referimos a la nocividad del Opus Dei. Hablamos de su tendencia nada espirituosa de acumular dinero y a través suyo – de especial significado en las esferas del poder–, buscar predominio con su distorsionada conceptualización de la fe. No en vano se hacen llamar “Hijos predilectos de Dios” y no en vano su fundador José María Escrivá cuya vertiginosa canonización tampoco estuvo ausente de polémica
⁷, es considerado directo interlocutor de la palabra de Dios, “una suerte de nuevo Abraham que ha recibido un mandato imperativo de Cristo”
⁸. Su visión fundamentalista no es más que reflejo de esa irascible intolerancia a tendencias de corte izquierdista que muestran sus numerarios, sino recordemos con triste recordación aquella frase que desnuda la precariedad de su apego a una justicia igualitaria cuando en plena dictadura de Fujimori su más importante cabeza visible en el Perú se refiriera a los DD.HH. como una “cojudez”.
Como ven existe una abierta contradicción entre la posición de la Iglesia Católica cuando en una abierta iniquidad, condena y sanciona posiciones más acordes con el evangelio que pregonan y profesan clérigos comprometidos como el Padre Gutiérrez, el Padre Arana o el propio Padre Paul McAuley, a quienes con suma facilidad se les acusa de violentistas y de un –hipócrita– “ideologizamiento” contrario a su labor pastoral, a todas luces influenciado por ese fundamentalismo fratricida del Opus Dei –si todavía puede ser considerado hermano–, que desdeña a quienes reniegan de las distorsiones de los enunciados y prioridades del cristianismo que insisto, prepondera la protección de los más vulnerables, máxime en medio de los embates de una globalización que si de algo nunca adolecerá es de su ciego y discriminatorio camino al progreso. Aunque parezca irónico, una escisión hacia una nueva tendencia teológica que bien pudiera denominarse “Escrivanismo”, no sería una mala idea para zanjar con su nefasta y desconcertante influencia en el catolicismo y el cristianismo en general ya que el santo que los inspira estaría por encima de la dimensión del propio Jesucristo tal como lo desliza el propio Escrivá cuando afirma que el Opus Dei “…es el único grupo fiel al evangelio, ese resto de Israel bíblico cuya misión es la de volver las aguas al cauce
⁶.
Es tanta la inquietud que ha ocasionado esta secta en el mundo que hasta se ha creado una organización católica en Estados Unidos, la ODAN (
Red de Protección contra el Opus Dei) para defender a las familias del peligro opusdeista, en especial contra el precoz adoctrinamiento de menores, a quienes se les hace firmar un documento con una promesa explícita de no hacer de conocimiento de sus padres
⁹.
El Perú, su nuevo punto de efervescencia En nuestro país, por cierto, el Opus Dei ha crecido también de manera exponencial en especial durante el reinado fujimontesinista, por lo que no extraña citar a líderes importantes del triunvirato como actuales miembros de la secta entre los que apenas se logra conocer por ese secretismo sospechoso con el que se maneja la pertenencia a esa organización. Rafael Rey, Martha Chávez, Fernán Altuve, y obviamente el cardenal Juan Luis Cipriani y el empresario Dionisio Romero
¹⁰ figuran entre lo más memorable y re-memorable de sus miembros. Pero eso no es todo: Francisco Tudela, Fernando de Trazegnies, Luisa María Cuculiza, Blanca Nélida Colán, Enrique Chirinos, Domingo Palermo, Fernando Dianderas, Juan Hermoza Moya, Federico Salas
¹¹, también son sindicados como miembros de ese "prelado" eclesiástico y como se puede ver, una clara correlación entre ese protagonismo ominoso de la década de los 90s, y esas ansias locas por volver al poder cuya nocividad fue hasta la saciedad demostrada y condenada aunque muchos de sus seudo reprobadores sean hoy capaces de soslayar la ofensa al grado de considerarla “un mal menor”, pudiendo en aras de un acto de lealtad con ese principio “anti a-sistema” que se dice los mueve, declararse neutrales y con su ejemplo propiciar, porque no, un voto en blanco digno que lo peor -o lo mejor, según el cristal con que se mire-, que pudo o puede suscitar es volver a un nuevo proceso eleccionario. En fin, cosas del tiempo que aunque tarde siempre termina desnudando la enorme cola bajo la sota de los falsos "bienechores" de nuestra cada vez más influida sociedad.
Conclusión No hay que hacer un mayor esfuerzo analítico para percatarnos de la magnitud de ese poder complementario que subyace entre las esferas del poder político, y de sus tentáculos, muchos de ellos víctimas también -y no por ello inocentes-, de esa capacidad "auto panegírica" con la que han sabido llegar a la sociedad y convencerla con su mezcla de sensatez y una capacidad de exacerbación de los miedos humanos que finalmente ha logrado consolidar su vigencia paternalista a través de los tiempos.
Sin embargo, y a pesar de su plena vigencia, es innegable la irrupción de una nueva tendencia de reversibilidad cuyo franco crecimiento los estremece, por eso de la exaltación de su intolerancia. Proceso que solo con una plena conciencia, primero de la magnitud de su presencia, y luego de su perniciosidad en el libre desarrollo de la sociedad de ese sector que todavía pervive en los linderos del escepticismo, se podrá consolidar una liberación total de su nefasta influencia que en principio, haga más verosímil las prioridades de unas mayorías cuyas miradas definitivamente no pueden ser descifradas a partir de un punto de vista codicioso y personalista como el que mueve a estos grupos de poder.
El caso de la Universidad Católica y la herencia de Riva Agüero es un claro ejemplo de los extremos de omnipotencia a los que se pretende llegar también a través de la manipulación de la fe, lo cual no implica un mero apetito por lo material que de por sí sería contrario a todo lo escrito en las escrituras respecto al bien material, sino y sobretodo: es esa intención totalitaria y de virulenta intolerancia en cuya injerencia sin duda concuerdan los tres poderes mencionados en el texto, de sacarse de encima -con el consecuente precedente de perpetración a la libertad fundamental de pensamiento y credo-, ese rezago de pensamiento social muy progresista y de bastante apego al derecho que se ha convertido en la roca en el zapato a su arbitrariedad, en especial en los años post periodo de violencia.
Pero de cualquier poder que pretenda manipular el sentido esencial de la libre decisión, no queda más que renegar y luchar porque sea de una buena vez instaurada la libertad a la autodeterminación, buena o mala pero propia -la especial atención que merezca en el futuro la educación y la cultura en el país nos dará mayores visos de mejora en este aspecto-, máxime si el árbol genealógico de una oligarquía que pervive en medio de su anacrónica sed de poder, solo nos dice una y otra vez de sus nefastas tomas de decisiones en desmadro del país y de sus gentes a través de la historia.
Referencias:[1] LAS CARTAS APÓCRIFAS. MONOGRAFÍAS.
http://www.monografias.com/trabajos10/dosca/dosca2.shtml[2] MARIANO IGNACIO PRADO OCHOA.
http://es.wikipedia.org/wiki/Mariano_Ignacio_Prado_Ochoa[3]
APUNTES HISTÓRICOS DE UNA GRAN CIUDAD. Arístides Herrera Cuntti. [4] GUERRA PERÚ-CHILE 1879, LA BATALLA DE ARICA. LA TRACIÓN DE BELAUNDE. Alfonso Bouroncle Carreón.
http://www.connuestroperu.com/index.php?option=com_content&task=view&id=1414&Itemid=30[5] LA EVOLUCION DEL OPUS DEI EN ESPAÑA (Ponencia al VI Congreso Español de Sociología, A Coruña, 1999);ALBERTO MONCADA.
http://www.opuslibros.org/escritos/alberto_moncada.htm[6] OPUS DEI: Una herencia del franquismo. Diciembre 21 de 2009.
http://ultimaadvertencia.blogspot.com/[7] La ODAN se opone a la canonización de José maría Escrivá de Balaguer, septiembre 11 de 2002.
http://www.odan.org/tw_opposition_to_canonization.htm[8] EL MUNDO INTERIOR DEL OPUS DEI-1982; JOHN ROCHE.
http://www.opuslibros.org/escritos/john_roche.htm[9] EL ACOSO DEL OPUS DEI DENUNCIADO ANTE EL DEFENSOR DEL MENOR, Comunidad de Madrid ,2007.
http://www.opuslibros.org/nuevaweb/modules.php?name=News&file=article&sid=13302 [10] HISTORIA SECRETA DEL OPUS DEI EN EL PERÚ; Diario Liberación, Marzo 30 de 2001. ROMÁN DE LA FUENTE.
http://www.opuslibros.org/prensa/peru_historia.htm[11] La verdad del Opus Dei
http://www.connuestroperu.com/index.php?option=com_content&task=view&id=1076&Itemid=31