Una niña camino a la escuela en el centro de Puerto Príncipe, Haití. Octubre de 2010 (Foto AP / Ramón Espinosa).
Amnistía Internacional entrevistó el pasado año a más de 50 mujeres y niñas víctimas de violación. Estos son algunos de sus testimonios. Los nombres son ficticios para proteger su intimidad
GUERLINE
"Por la noche no podemos dormir a causa de la violencia. Los bandidos y los violadores no duermen. No paran de tirotear, amedrentar, dispararnos. Mi hija fue violada, así que la envié a provincias. Cuatro hombres la violaron. Tiene 13 años. Ocurrió en torno a las dos de la madrugada, un martes de marzo. Me dijeron que si lo contaba me matarían. Por eso no fui a la policía. Tengo miedo. No tengo ningún lugar seguro donde vivir, así que tuve que callarme. No llevé a mi hija al hospital. Estaba demasiado asustada. La envié a otra ciudad donde viven unos familiares. Desde entonces, no puedo quitármelo de la cabeza".
Guerline también fue violada la noche en que agredieron a su hija. No pudo identificar a sus agresores porque iban encapuchados. Desde el terremoto Guerline y tres de sus hijos han vivido al abrigo de unas sábanas en Place Mausolée, junto al antiguo Tribunal de Justicia. Su esposo murió en el terremoto.
NOËLLE
"Vivo con mi sobrino de 11 años y con mi ahijada de 1 año bajo unas cuantas sábanas unidas con nudos. El 5 de mayo, alrededor de las doce de la noche tres hombres entraron y me amenazaron con pistolas. Dos de ellos me sujetaron y me taparon la boca con la mano. No pude pedir ayuda. Cuando intenté pedirla, me dijeron que si gritaba, me matarían. Uno de ellos me violó, pero cuando el segundo estaba a punto de violarme, conseguí gritar y huyeron. Los niños no paraban de llorar mientras todo esto sucedía. Me daba miedo ir al hospital. Me avergonzaba tener que explicar lo que me había ocurrido. Tampoco acudí a la policía. Antes del terremoto, era vendedora ambulante pero lo perdí todo. Ahora continúo viviendo bajo las mismas sábanas, en la misma zona del campamento de Champ-de-Mars. Si tuviera otro sitio adonde ir, me iría".
Cuando su casa de Cité Plus se derrumbó el 12 de enero, Noëlle perdió a toda su familia: su hija de cinco años, sus padres y cuatro hermanos.
MACHOU
"Un día, fui al baño. Eran entre las siete y las ocho de la tarde. Un chico vino detrás y abrió la puerta. Me tapó la boca con la mano e hizo lo que quiso. Cuando acabó y se fue, yo lloraba y lloraba. Era un viernes de marzo, por la noche. El chico tenía 16 o 17 años. Yo no lo conocía y no lo he vuelto a ver. Me golpeó. Me dio un puñetazo. Después, fui a ver a mi madre y lo buscamos pero no lo encontramos. Mi madre me llevó al hospital al día siguiente. Me duele el abdomen todo el tiempo. No fui a la policía porque no conozco al chico, no serviría de nada. Después de lo que me ocurrió, le dije a mi madre que no me gustaba este país y que quería vivir en el extranjero, pero no tengo pasaporte ni visado. Desde que ocurrió, no tengo ganas de comer porque estoy muy triste todo el tiempo. Temo que vuelva a pasar".
Machou tiene 14 años y vive con sus padres en un improvisado campamento de Carrefour Feuilles, en el suroeste de Puerto Príncipe.
JOCELYNE
"Mi casa quedó destruida y mi marido murió bajo los escombros. La noche del terremoto permanecí junto a la casa en ruinas. Uní con nudos unas cuantas sábanas para mí y mis hijos. Mientras dormía con mis hijos bajo las sábanas, tres hombres aparecieron encima de mí. Les grité: ‘¡Me estáis haciendo daño!’. Uno de ellos me dio un puñetazo y me ordenó que me callara. Cerraron las sábanas, me taparon la boca y me violaron. Desde entonces, no he vuelto a tener la menstruación. Estoy embarazada. No sé cómo está el bebé. No como muy bien. El bebé no está bien alimentado. Tengo mucha hambre. No he ido al hospital. Cuando necesitaba ir, me daba vergüenza y miedo. Temo caminar por la calle por si vuelve a ocurrir. Y no tenía dinero para ir al hospital. Para las medicinas también se necesita dinero. Antes del terremoto vendía artículos por las calles, pero lo perdí todo. Una vecina me da a veces comida para mis hijos. No fui a la policía porque no les vi la cara. Si les hubiera visto la cara, habría ido a denunciar. Y me da miedo ir a la policía. Temo que esos hombres me maten si lo hago".
Jocelyne continúa viviendo en el mismo barrio.
JOSETTE
"Tres hombres sacaron sus pistolas y me agarraron. Me llevaron a una tienda en la plaza que hay delante del Palacio de Justicia. Me golpearon y me violaron. Luego se limitaron a abandonarme en la calle. Esa misma noche, fui a la comisaría de policía de Cafeteria para dar parte de la violación e interponer una denuncia. El agente que estaba de servicio me pidió dinero para comprar combustible para el coche de policía pero no tomó ninguna nota".
Josette tiene 39 años, fue violada tan sólo 48 horas después del terremoto que había matado a su esposo y destruido su casa.
Los haitianos de Puerto Príncipe caminando por las obscuras calles de la ciudad. Agosto de 2010 (Foto Boston Globe / Suárez M. Essdras).
Tal como lo dijera el investigador de Amnistía Internacional, Gerardo Ducos, luego de su viaje a Haití: ha pasado más de un año desde el terrible terremoto que desoló a este empobrecido país, y nada parece tener visos de solución. Las calles siguen en escombros, la gente hacinada en precarios campamentos que no son protección de las inclemencias del tiempo (se acerca la temporada de tornados del mes de Julio), menos de la delincuencia que en las noches toma el control de sus calles obscuras, desatándose una constante de violaciones sexuales entre las mujeres cuya lucha sorprende no sea prioridad de las autoridades. Solo en los primeros 150 días posteriores al terremoto, la ONG local de mujeres KOFAVIV (Comisión de Mujeres Víctimas por las Violación) registró más de 250 casos de violación, eso sin contar los casos que por vergüenza o porque consideran que la policía no tomará interés, las agraviadas simplemente no denuncian.
Campamento establecido para las víctimas del terremoto en Puerto Príncipe, Haití. Septiembre de 2010 (Foto AP / Ramón Espinosa).
Hay campamentos que cuentan con el patrullaje de Naciones Unidas pero que no logra tener el efecto disuasivo deseado pues apenas se limitan a un control externo lo cual se complica con las deficiencias de comunicación ante la ausencia de intérpretes. 1,100 campamentos con más de un millón de personas, y un escaso por ciento de ellos con los requisitos básicos de salubridad y energía son el resultado del fracaso del gobierno en este primer año de "reconstrucción", como es el caso de CORAI a las afueras de Puerto Príncipe, adonde si bien 6,000 personas tienen acceso a baños, agua y electricidad, tienen sin embargo instaladas a sus afueras otras 40,000 personas sin los requisitos básicos de subsistencia. Una villa miseria en las afueras de otra villa miseria, como diría Ducos.
Después de un periodo de euforia de sentimientos de solidaridad, pareciera que toda la carga se le ha dejado al solo empeño de las ONGs, y eso es simplemente imposible de creer y entender si tenemos en cuenta que el costo de reconstrucción está estimado en aproximadamente $14 mil millones de dólares. Las promesas de ayuda deben ser cumplidas y bien supervisadas pues como en toda situación de miseria, miserables como los violadores de mujeres y niñas o autoridades corruptas como las que denuncia la propia gente desplazada, abundan. El presidente francés Sarkozy ha prometido $400 mil este pasado febrero, es de esperar que no pase otro año y sigamos hablando de una promesa. Uno de los principios de la solidaridad es la oportunidad; se supone que todos tengan las mismas oportunidades de sobrevivencia sin que las inclemencias del tiempo o las epidemias como el cólera del pasado año, los vaya diezmando.
Siendo una situación de emergencia la que se vive en Haití, las fuerzas internacionales deberían tener la facultad de colaborar con la policía en el control interno de los campamentos y contribuir así en dar un poco de atención a ese sector vulnerable que es la mujer, no todo puede ser cumplimiento de protocolos, se trata de delincuencia común no de violencia de tipo político.
Imágenes cortesía de Boston.com
fuente: La Revista 107 Amnistía Internacional
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